El aprendizaje reflexivo (AR) se ha definido como una perspectiva educativa en Educación Superior que proviene principalmente de contextos de tradición anglosajona (Bolton, 2010; Brockbank y McGill, 1998). Tal como señala Perrenoud (2001), después de los primeros trabajos de Argyris y Schön (1978) la incorporación de estrategias de aprendizaje reflexivo ha inspirado numerosas experiencias de formación en países anglosajones. La existencia de la publicación periódica
Reflective Practice es un referente en este campo.
Uno de los autores más influyentes en esta perspectiva es David A. Kolb quien con su Modelo de Aprendizaje Experiencial (Experiential Learning Model) conceptualiza el aprendizaje como la
creación del conocimiento mediante la transformación de la experiencia. Según Kolb, el aprendizaje es un proceso dialéctico y cíclico constituido por cinco procesos: la experiencia concreta, la observación reflexiva, la conceptualización abstracta, la teoría y la experimentación (1984). Kolb concluye que, aunque la experiencia constituye la base del aprendizaje, éste no puede producirse sin la reflexión. La reflexión sobre la experiencia sería una fase más del proceso sin la cual no podría producirse el aprendizaje. En este mismo sentido, Schön describe la práctica reflexiva como un diálogo entre el pensamiento y la acción a través del cual el estudiante aprende nuevas y mejores habilidades, integrando la teoría y la práctica, el pensamiento y la acción (Osterman y Kottkamp, 1993).
Aunque las teorías pioneras de Schön y Kolb han sido fuente de inspiración de muchos teóricos y formadores, y a pesar de la reconocida importancia que aporta el AR al proceso de aprendizaje del estudiante, su uso no está muy extendido (Fook, White y Gardner, 2006; McKillop, 2005).
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